Era marzo de 1986 cuando en mi facultad conocimos a una alumna de la cual se decía era el segundo año consecutivo que repetía, por lo que algunos profesores expresaban que debía ponerse las baterías si en verdad quería finalizar una carrera en esa casa de estudios superiores.
Esta nueva compañera que justamente era bastante mayor para las edades que el resto de estudiantes teníamos, era una señora que siempre andaba mas perdida que un perro en la procesión a San Jerónimo, una alumna que siempre llegaba tarde a clases, laboratorios, exámenes y de trabajos extra clase, ya ni digamos por que no asistía ni participaba.
Decía ser de Managua (y viajaba diario), miembro del EPS (nunca la vimos uniformada, pero teníamos uno o dos compañeros mas que eran becados por el ejercito), y madre soltera de 5 o 6 cipotes. Quizás tantas responsabilidades le obligaban a ser como lo expreso en el párrafo anterior, ya que su principal característica era que nunca, pero nunca sabia que clase correspondía al cada día de la semana, siempre se mostraba sorprendida cuando al llegar media hora tarde nos encontraba en posición anotadora (realizando exámenes) y respondía de manera inimaginable cuando se le hacían preguntas acerca de cualquier tema académico.
Doña Maricela era reservada, un poco retraída y jamas participaba de los bochinches que naturalmente armábamos los demás, se sentaba en un rincón de las diferentes aulas, al final de las salas de laboratorio y/o auditorios y muy pocas veces la vimos sonreír. Tenía mucha afinidad con otro compañero que se decía era teniente del EPS, y por eso dábamos por cierto que ella también era militar.
No se graduó con nosotros y desconozco si siguió en las fuerzas armadas o no, pero la recuerdo con esta rola que alguna vez la escuchamos tararearla cuando se quedaba ahí sentada al final del corredor y al fondo de un aula vacía a la hora del almuerzo, mientras hacia tareas o alguno que otro informe que no había entregado en tiempo y forma.
La tuani
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