Burka, Hiyab, Niqab, Shayla, Chador ... sean cuales sean los nombres que le den en las distintas regiones musulmanas a esta prenda femenina, siguen siendo una carcel de tela, una camisa de fuerza, un arma filosa que provoca el sufrimiento a estas mujeres invisibles y anónimas. No importa si son afganas, palestinas, marroquíes, el asunto es que nacer mujer en esas tierras es sinónimo de desgracia.
En nuestros países occidentales (y tercermundistas) nos agrupamos para hacer fuerza y seguir en pie de lucha por la igualdad, y reprochamos el poco apoyo de las instituciones para paliar la violencia de genero, pero desconocemos que en la tierra musulmana las mujeres todavía pueden ser compradas, vendidas o transmitidas como parte de una herencia. Ignoramos que las mujeres musulmanas solamente salen dos veces de su casa, cuando se casan y cuando mueren. No sabemos que el solo hecho de llevar una uña pintada, un tobillo al aire o una simple carcajada es motivo suficiente para que las patrullas armadas de latigos, palos y kalashnikovs agredan a las mujeres sin posibilidad de ningun tipo de defensa legal.
Y se pueden seguir enumerando los atropellos y la barbarie, pero para muestra la imagen del documento de identidad ... no hay mirada, no hay rostro, y seguramente tampoco se escuchara su voz.
Ojala no sea una utopia el pensar que alguna vez, ésto, solo será parte de los capítulos negros de su historia.
La tuani
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